De lanas vienen mis pensamientos (esta primavera no sabe a tibia)
y loca de mí, enredada en flores tejidas, te busco entre las mantas
y recuerdo cuando hacíamos dúo recitando a Pablo
“Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.”
Qué lindo! así daba gusto seguirte a vos con tu poncho salteño
y los compañeros haciendo coro desde sus camiones…
se me mezcla todo Abel… el frío me pone triste…
acercate más querido, así…
no me digas nada… vení, flaco… te necesito…
sabés que me sugestiono y siento la manta bordada de amarillos
como una arena de playa que nos envuelve suavecito,
y las vacaciones milagrosas en Villa Gesell se me vuelven vivas.
Tengo miedo, tanto miedo de no acordarme más de tu cara
a veces se desdibujan tus rasgos… Abel… dónde estás?
dónde estás querido… dónde tus manos y tu sonrisa…
y me asusto y grito en silencio
y lloro como una tormenta de grifos todos abiertos
derramándose por los pasillos de mi memoria, y se nubla,
y entonces canto con un disco de Víctor Heredia
y te me volvés entero, che, allí… sobre los médanos
tan fuerte y flexible sintiendo mundo… sintiendo libre…
ay, pibe… y bajás corriendo hacia mis brazos y como un niño
te refugiás en mi cuerpo y yo te pido castillos,
castillos blancos, papelitos tibios por almenas altas
muy altas, con versos de Neruda en mis manos
con tu letra Abel… (hoy un poco arrugados, pero míos…)
sí, eran gaviotas las que nacían de tus labios amantes y seguros
con vos, yo estaba a salvo, me lo dijiste en el Citroën
ese abollado y verde aceituna como los campos al atardecer en la ruta
yo lo había vestido con cortinas al tono, y moños,
te acordás? vos te rías… y me dejabas hacer,
y no te importaba que éramos los únicos que habían convertido
en casa rodante ese pequeño escarabajo de lata…
en él, rumbo a la costa del Atlántico, me lo dijiste Abel, sí,
que me querías como una utopía sin desiertos
como un sitio de milagro, como una calle de aquel mar de nosotros,
y a mí… se me abrió en el pecho un muelle todo de pescadores
con lunas de versos desesperados y una canción inolvidable
en tu armónica preferida (la llevabas siempre en un bolsillo)
y era tu aliento que soplaba
valsas de Mignona, y romances de maricastaña…
que lindo te ponías flaco… te salía humo azul por la cabeza
y yo te adoraba como un dios del barrio Urquiza y de Lanús,
todo junto… vos, Abel y la arena y la armónica,
vos y yo que te decía y repetía como letanía
“Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.”
y Pablo nos saludaba desde Isla Negra, y nosotros en Gesell
sintiendo un solo Océano poblado de besos como peces
una sola red de cáñamo y un siglo de amor hacia adelante y para siempre.
© 2008 Rosa Buk
La imagen y la música en cada poema fueron elegidas por Rosa Buk, cuando los publicó por primera vez en poesiapura.com